Si queremos hacer algo en la vida, debemos hacerlo hoy. El mañana es incierto y el tiempo perdido no se puede recuperar. El dinero sí se puede volver a conseguir
Siendo colombiano y por ello proviniendo de una cultura en la cual, según creo yo por las condiciones climáticas, la planeación es extraña, ajena y prácticamente inexistente, paradójicamente crecí en medio de una sociedad que no vive el hoy porque se está preparando para vivir el mañana. Pero no porque lo esté planeando realmente, sino porque está dejando todo para vivirlo luego. Pareciera una contradicción, pero no lo es.
Como vivimos en el trópico, la naturaleza no nos ha obligado a prepararnos para vivir en las temporadas en las que no tendremos algo. En cambio, las personas de los países con estaciones saben que cada estación llega y se va y por ello aprovechan cada día de ellas al máximo. Disfrutan los deportes de la temporada, las comidas y bebidas especiales de cada cosecha del año, las actividades al aire libre en verano, las actividades en interiores en invierno, la ropa apropiada para cada temperatura.
Igualmente, quienes viven bajo el régimen climático de las estaciones saben que si quieren algo que no sea propio de una temporada deberán guardarlo de la mejor manera para poderlo consumir. Es así como preparan mermeladas, conservas, comidas congeladas y un sin número de productos que los obligan a planear su futuro para vivirlo de la mejor manera, sin dejar de vivir el presente disfrutándolo al máximo en lugar de estar añorando lo que no se tiene.
“Si deseo que algo suceda, debo asignarle una fecha y una duración”.
En cambio, quienes no tenemos estaciones climáticas tan marcadas no disfrutamos los parques ni nos volcamos a ellos desaforadamente a tomar el sol, jugar ni hacer deporte, porque cualquier día podemos hacerlo ya que el clima nunca será un impedimento. Salir a hacer un picnic, almorzar junto a un lago o un río, tenderse en la grama bajo la sombra de un árbol o en una hamaca son actividades que todos los días podríamos hacer, pero que las postergamos para algún día. Y ese día nunca llega.
Asimismo, no disfrutamos al máximo la ropa de verano porque cualquier día podríamos ponerla y finalmente mientras estemos en nuestra ciudad nunca la usamos. Tampoco nos ponemos nuestra ropa para el frío porque como no tenemos nieve nunca estamos realmente sintiendo tanto frío como para usarla. Y, de la misma manera, los días en que la usamos nunca llegan.
No disfrutamos al máximo las comidas extremadamente frescas como las sopas frías, las ensaladas de verano, la sandía, porque nuestro clima no es tan caliente como para que las añoremos y decimos que en cualquier momento podríamos consumirlas. Pero ese día nunca llega. Tampoco nos emocionamos con una sopa hirviendo o un vino caliente pues cualquier día podríamos consumirlos. Y ese día tampoco llega.
“Uno de estos días, es ninguno de estos días”.
Pero el tema de la planeación del futuro y el disfrute de la vida no es solo en lo cotidiano. La mayoría de las personas de mi entorno se la pasan pensando en trabajar y ahorrar para cuando sus hijos crezcan o para cuando se jubilen puedan viajar a algún lugar, disfrutar tiempo haciendo algo, dedicarse a un pasatiempo, entre otros. Y al igual que con las cosas cotidianas de la vida estamos dejando pasar la posibilidad de conocer lugares, vivir experiencias y disfrutar la vida como si el mañana fuera seguro, como si siempre existiera. Dejando todo, o la mayoría de las cosas, para algún día y lo malo es que no tenemos certeza de que ese día llegue.
Hace cerca de dos años, Alejandro, un joven entusiasta de 31 años al que no conocí, entró a trabajar a una empresa justo días después de yo haberme retirado. Unas amigas que dejé allí me contaron como él, a los pocos días de haberse vinculado sufrió una infección de la cual no pudo recuperarse. Y justo dos meses después de haber sido diagnosticado murió, tras apenas haber cumplido sus 32 años.
La historia de Alejandro me golpeó y me hizo ser consciente de que la vida no la tenemos comprada y que cualquier día podemos morirnos sin importar la edad que tengamos. Y aunque la muerte no me ha sido ajena a lo largo de mi vida, pues mi papá murió cuando yo tenía 11 años, la historia de Alejandro me hizo reflexionar al respecto de esas cosas que venía dejando para algún día.
Me di cuenta de que quería viajar por largos periodos pero que no lo hacía porque tenía que trabajar. Me di cuenta de que tenía amigos viviendo en el exterior que me invitaban a quedarme con ellos pero que no los visitaba porque con tan pocos días de vacaciones al año quería aprovecharlos visitando lugares desconocidos y no ciudades en las que ya había estado. Me di cuenta de que no estaba realmente viviendo y disfrutando al máximo el hoy porque lo estaba dejando para cuando tuviera tiempo. Sí, tiempo. Le estaba dejando mi tiempo presente solo al trabajo sin ser consciente de que los demás aspectos de mi vida eran inclusive más importantes que el trabajo.
“No dejes para luego lo que quieras hacer hoy.”
Es así como decidí tomar las riendas de mi futuro y empezar a ejecutar todo aquello que quería hacer. Y a vivir cada día como si fuera el último y el más importante de mi vida. A no dejar el disfrute para algún día, sino a hacerlo ahora que puedo, que tengo salud y tiempo. Porque ambas cosas son inciertas y si se llegan a perder no se pueden volver a recuperar. En cambio el dinero, que es por lo que muchos más no preocupamos, y en gran medida la principal razón por la cual trabajamos, por importante que sea, si se pierde se puede recuperar.
Desde entonces, he pasado varias temporadas en Bogotá con mis sobrinas cocinándoles lo que más les gusta y organizando sus fiestas de cumpleaños, antes de que como todos los adolescentes cambien su prioridad de la familia a los amigos. He viajado a visitar a mis amigos que viven en el exterior, permitiéndome no solo estar largas temporadas con ellos, sino vivir la cultura de otros países. Gracias a la virtualidad y al teletrabajo, he disfrutado mi casa, aprovechando cada espacio que construí y diseñé justo para mí. Y finalmente, el mes pasado pude estar en una granja en Todi (Italia), en una especie de intercambio para practicar italiano, experimentando la forma de vida del campo italiano, rodeado de viñedos, olivares y trigales, en medio de una gente maravillosa con unas mascotas super amorosas.
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